Descubre la trágica historia de Janesse, una joven atrapada en un mundo de secretos y amor prohibido en el pintoresco pueblo de Dolega, Panamá. Un cuento conmovedor de pasión, traición y la búsqueda eterna de la libertad y el amor verdadero a través de las generaciones.
Panamá, Chiriquí, Dolega (1908) Pueblo de clima fresco, con vistas al Volcán Barú y un aire que huele a campo. Sus lugareños eran amables, receptivos y echados pa’ lante. Pero también vivía allí la familia más rica del lugar: los Cabal. Eran personas de aparentar mucho y habitaban una gran casa cerca del estadio. En esa casa vivían Ernesto Cabal, Lidia de Cabal y sus dos hijos, Felipe y Janesse. Habían sido muy unidos desde pequeños, hasta que su padre decidió enviar a Janesse a estudiar a un internado cuando apenas tenía quince años. Ernesto era un hombre agobiante, exigente, conservador y profundamente religioso. El internado funcionaba solo entre semana; los fines de semana Janesse regresaba a su casa en Dolega. Aun así, vivía prácticamente en cautiverio: no la dejaban salir ni a la esquina. Su vida era una prisión. El único lugar donde se sentía libre era la iglesia, el único sitio al que su padre le permitía ir sola. Un día decidió sentarse en los puestos de atrás del templo y entonces lo vio: un chico de mirada serena, labios carnosos, nariz casi celestial y el cabello peinado hacia atrás. Desde ese instante, durante toda la misa, Janesse no pudo dejar de mirarlo. Entre salmos y oraciones, sus ojos se buscaban una y otra vez; cruzaron miradas varias veces, breves pero intensas, como si en ese silencio compartido ya se conocieran. Desde ese momento, él se convirtió en su motivación. No hubo domingo en que Janesse faltara a misa, solo para verlo. Un día, Janesse notó que su amigo Miguel saludaba al muchacho misterioso, como si ya lo conociera. Armándose de valor, le preguntó quién era. Miguel respondió que se llamaba Alejandro y que ya era mayor de edad. Janesse lo miró con desconfianza, pero desde ese instante inició la búsqueda de aquel caballero misterioso. En febrero decidió inscribirse en la pastoral, donde Alejandro participaba. Fue Alejandro quien le habló primero. Desde el inicio hubo una química intensa entre ambos. Al poco tiempo comenzaron a salir a escondidas, viéndose en rincones apartados, lejos de miradas curiosas, para darse amor y promesas. Era un romance oscuro: por la diferencia de edad y por la forma en que Alejandro se comportaba con ella, a veces tóxico y celoso. Janesse tenía solo quince años y él le pedía cosas que no correspondían a su edad. Aun así, se amaban profundamente. Era un amor prohibido: ella pertenecía a la familia más rica del pueblo; él era un forastero. Esa idea jamás habría sido aceptada por su padre. Alejandro y Janesse mantuvieron su relación durante varios meses, hasta que, desafortunadamente, el padre de ella se enteró. Un pajarito se lo contó. Ernesto le prohibió verlo, la encerró en la casa y solo podía salir bajo estricta supervisión. Dejó el internado y comenzó a estudiar en casa con una institutriz, mientras su padre planeaba algo macabro para el muchacho. Alejandro intentó por todos los medios volver a verla, pero pasaron tres meses agobiantes sin lograrlo. Hasta que se le ocurrió una idea desesperada: casarse con Janesse, para que ante la ley ella fuera suya. Con ayuda de un sirviente, le envió una carta en la que proponía escaparse y contraer matrimonio. Aquella noche, Janesse salió por un túnel oculto en su habitación que daba al exterior. Por fin vio a Alejandro. Se acercaron y se dieron un beso tan profundo como si fuera el último. De inmediato partieron hacia la iglesia, donde se casaron en secreto. Pasaron su noche de bodas en una casa abandonada a las afueras del pueblo, que parecía casi mágica. Detrás de la casa había un pequeño lago que se iluminaba con el reflejo de las estrellas, y en el interior los esperaba una cama suave y acogedora. Por unas horas, Janesse creyó haber escapado de todo. Al amanecer, Janesse despertó y notó un gran desorden. Alejandro no estaba. Atónita, vio a Miguel frente a ella y se desmayó. Cuando volvió en sí, se encontraba a orillas del río David. Allí vio a Alejandro colgado, con algunos dientes faltantes y el cuerpo masacrado a golpes. No podía creer lo que estaba viendo. Enterraron a Alejandro y, poco tiempo después, Janesse descubrió la verdad: su propio padre y Miguel estaban detrás de todo. Ernesto planeaba obligarla a casarse con Miguel, pues ya corrían rumores de que la hija menor de los Cabal se había casado en secreto. Cinco días después, consumida por la desesperación y una tristeza profunda, Janesse tomó un cable y una estatua. Ató el cable desde lo alto del segundo piso, se sentó en el barandal con la estatua entre sus manos y se lanzó al vacío. A la mañana siguiente, una monja que la conocía la encontró muerta, colgada, con el cuello desgarrado y cubierto de sangre. Junto a su cuerpo había una nota que decía: “Esta vida me la has robado, padre. Me arrebataste al amor de mi vida y ahora yo te quito al tuyo. Ahora viviré para siempre en paz y libertad con Alejandro a mi lado, mi esposo.” Esas fueron sus últimas palabras. Panamá, Chiriquí, Dolega (2025) Mi abuela me contó esta historia descabellada y asegura que somos descendientes de los Cabal, que Janesse es mi antepasada directa. Nací con una marca en el cuello, casi perfilada, como si me lo hubieran cortado y vuelto a unir. A veces pienso que tal vez yo sea Janesse en otra vida, y que aún me falta encontrar a mi Alejandro para, al fin, vivir feliz para siempre. Y quizá, en algún lugar donde las campanas no duelen y el amor no se castiga, Janesse y Alejandro por fin permanecen juntos.